Al salir ellos de Jericó, mucha gente siguió a
Jesús. Dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al oír que Jesús
pasaba, gritaron: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! La gente
los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban más todavía: ¡Señor,
Hijo de David, ten compasión de nosotros! Entonces Jesús se detuvo, llamó a los
ciegos y les preguntó: ¿Qué quieren que haga por ustedes? Ellos le contestaron:
Señor, que reco-bremos la vista. Jesús tuvo compasión de ellos, y les tocó los
ojos. En el mismo momento los ciegos recobraron la vista, y siguieron a Jesús. Mateo 20:29-34
¡A Jesús lo sigue mucha gente!. Sin embargo, son pocos
los que pueden acceder a un sincero encuentro con El. Son pocos los que se
benefician de su amor y de su compasión para ser sanados. ¡No solo nos
referimos a una sanidad física!.
¿Quiénes son los que acceden a ese privilegio?. ¡Solo los
que gritan y lo llaman con insistencia!
Cuando reconocemos nuestra ceguera, es recién cuando
logramos encontrarnos con su presencia compasiva y poderosa. Es allí cuando
Jesús se detiene, no antes. Es allí cuando nos pregunta; ¿Qué quieres que haga
por ti?.
Danos la
humildad para reconocer que estamos ciegos.
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